Grande, negro y redondo (parte I)

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¿Te acuerdas de la última vez que escuchaste música?, pero escuchar de verdad: seleccionar un artista, un disco en especial y sentarte para dejarte llevar por el recorrido que se te propone a través de sus canciones, mismas que ya son tus favoritas porque las conoces como si fueran tuyas. Los que somos de los setentas o de los tempranos ochentas podremos acordarnos de esa deliciosa experiencia que iba siempre acompañada de un placentero ruidito terroso que solo el vinilo podía lograr.

Por: Daniel Pernas Gorostiaga
 

Seguro que ya lo has oído. Seguro que algún amigo, algún compañero de trabajo o algún conocido te lo ha dicho ya. Me juego el cuello a que alguien te ha comentado algo así: “el vinilo es lo que se lleva ahora”. A mi, personalmente, las afirmaciones de este tipo normalmente me molestan y suelo verlas como otro movimiento al que debes pertenecer, si quieres ser considerado hipster o “en la onda” o como quieras llamarlo. Pero por esta vez, me alegro. Me alegro y mucho que esté de moda.

Me alegro, sobretodo porque además del sonido o del atractivo físico del formato, el vinilo está consiguiendo de nuevo algo que empezaba a desaparecer entre los consumidores de música: el disfrutar de la música como tal. Porque últimamente, con la facilidad de las nuevas tecnologías de software de streaming online y de internet en general, todo estaba a un golpe de click. Un tema. Un álbum. Toda una discografía. Lo que quisieras.

No digo que sea malo, no voy a engañar a nadie, yo también consumo música por internet. Pero de un tiempo a esta parte casi ni lo disfrutaba. Podía hacer tanto que iba perdiendo la gracia. Tenía tanto que oír que no me detenía a escuchar mucho. Y entonces es cuando empecé a recordar que muchos de mis discos favoritos han llegado a serlo tras varias escuchas, tras descubrir temas en los que no me había parado antes, tras sentarme a escuchar y prestar atención.

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Foto: Daniel Pernas

El vinilo tiene eso: una parte de ritual que hace que te dediques más a escuchar, a estar por lo que estás y disfrutar de la música. El hecho de colocarlo, tener que cambiar de cara o el hipnótico movimiento del plato consiguen que el escuchar música sea una experiencia más completa. Algo comparable a cuando hacías un recopilatorio en una cinta o cuando esperabas junto a la radio a que pinchasen el single de tu banda. En definitiva: ilusión.

Tampoco nos engañemos. El retorno del vinilo lleva consigo un movimiento comercial que abre a las discográficas -ahora agonizantes- la posibilidad de venta física, reedición de discos antiguos o ediciones especiales. Aunque en ciertos ámbitos, como en el mundo del DJ, nunca desapareciese del todo, es a la música mainstream a la que hago referencia. Solo hay que hacer una prueba infalible para comprobar que ahora el vinilo es algo de moda: entra en unos grandes almacenes y ve a la sección de música y ahí están, ocupando las mejores baldas en tiendas que antes ni los vendían, desbancando casi al CD.

No se trata, sin embargo, de ver qué formato sobrevive (yo no soy de los que piensan que el CD vaya a desaparecer) ni de volcarnos sólo en uno de ellos, sino de apreciar las ventajas de cada uno.

El CD consiguió algo muy importante en su época, no le quitemos méritos. Ofrecía un sonido nítido, de alta resolución y con bajo nivel de ruido, en un soporte mucho más duradero que los cassettes o los vinilos (que se estropeaban con el propio uso debido al cabezal y a la aguja respectivamente).

Por otra parte, esa perfección, esa nitidez absoluta, no es del todo cierta. El formato CD y todos los formatos digitales contienen precisamente eso: audio digitalizado. No se trata de una onda analógica de audio, sino de un muestreo de ésta. Para ello, se toman puntos (muestras) cada cierto tiempo (frecuencia de muestreo) y se les da un valor numérico (en sistema binario) que se almacena digitalmente.

Este medio tiene por tanto un fallo. Por muchas muestras que tomemos, por alta que sea la frecuencia de muestreo en el audio digital, nunca será un audio analógico, nunca tendrá un número infinito de puntos y se perderá siempre información entre muestra y muestra. En el caso del CD, esta frecuencia de muestreo es de 44.100Hz y usa para codificar cada muestra 16bits. Es suficiente para audio de alta calidad, pero no es analógico, falta algo.

Incluso algunos pensareis, no sin razón, que aunque el CD fuera realmente perfecto, seguiría gustándonos más el analógico. Mucha gente defiende que incluso el propio ruido de la aguja sobre el vinilo es más atractivo al oído que la ausencia de ruido. O incluso el sonido típico del vinilo, el llamado ruido de superficie, fruto del propio proceso de manufacturación y del material usado.

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Foto: Daniel Pernas

Si queremos entender cómo esa onda analógica se guarda en un vinilo, hay que pensar en un surco donde existen dos planos en forma de “V” y en 45 grados entre sí. Aquí se almacenará el audio, conteniendo cada pared del surco la información de un canal, que la aguja podrá descifrar gracias a que un movimiento de ésta en horizontal sobre el surco leerá la suma de L y R, mientras que un movimiento vertical contendrá la diferencia entre ellas.

Son por tanto, la aguja y la cápsula los encargados de descifrar los surcos. Vamos a analizarlos por partes…

La aguja se dedica a leer los surcos y no ha de perder nunca el contacto con el disco. El propio “caminar” de la aguja sobre el disco hará que ésta se desgaste e incluso que el disco se vaya desgastando también, acortando su vida útil. Existen distintos tipos de agujas, como la de punta esférica (la que más distorsión y desgaste produce) la de punta elíptica (mejor que la esférica, ya que la superficie de contacto sobre el surco es menor y lo desgasta menos) o la multirradial (con forma piramidal en la punta, que reproducen con menos distorsión que las anteriores y con mejor calidad). Además de la forma, el material de la aguja también influye, el peso de ésta sobre el disco o el ángulo que toma debido al propio ángulo del brazo.

La cápsula, por otra parte, es el elemento capaz de traducir el movimiento de la aguja sobre el disco en voltaje, para que sea interpretado por el altavoz. Las hay de cristal (o piezoeléctricas o cerámicas) magnéticas y de condensador. Estos tipos difieren en la forma en la que se realiza la transducción de energía mecánica a voltaje. Las más usadas y comunes son las magnéticas.

Aquí es donde el bolsillo se resiente… una cápsula de buena calidad y una buena aguja puede llegar a constar más que el propio tocadiscos, pero como acabamos de ver, son las verdaderas responsables del sonido final.

Aunque esto no es todo, hay bastantes más factores que influyen en cómo suena un vinilo, pero hablaremos de ellos en la próxima entrega.


Foto_Dani-Pernas_1Daniel Pernas es Ingeniero de Telecomunicación y profesor de Audio Engineering en SAE Institute Barcelona. Como técnico de sonido, trabaja tanto en estudio como en directo. Es miembro fundador y técnico en los estudios La Masia Music Lab de Barcelona (www.lamasiamusiclab.com), en el ámbito de directo trabaja en distintas salas y como técnico oficial de monitores de la banda de pop electrónico Dorian, con los que ha realizado giras por España, Francia, Argentina o México.

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